Toda distorsión
«oficial» de la realidad se apoya en la distorsión y el sesgo de los
datos, que son los únicos parámetros objetivos para la definición de la
realidad misma. La antigua propaganda ha adquirido tintes mucho más «científicos» y demoledores en la era de la comunicación global.
Ante cualquier cuestión controvertida, la oficialidad lleva a cabo un
protocolo destinado a imponer mediáticamente determinados puntos de
vista, pre formando, construyendo una determinada imagen de la realidad.
En oposición a la realidad evidente y directamente percibida por los
ciudadanos. Lo vimos en el caso de la rotura de la presa minera de Aznalcóllar, en Sevilla, también en el debate sobre el aborto, y en muchas otras cuestiones importantes donde la cuestión era imponer una determinada imagen, mediática, de la realidad. El ciclo que siguen estos protocolos «oficiales» es bien conocido. Se inicia con la constitución un grupo de «expertos»
[pedagogos, por ejemplo] que cuentan con la presunción de veracidad que
el calificativo les otorga. En segundo lugar los «expertos» elaboran
sus informes, a menudo sesgados por sus premisas y métodos de
elaboración, cargados de tecnicismos y complejidades, poco accesibles a
la compresión de la ciudadanía. En tercer lugar, los gabinetes de prensa
institucionales emiten sus notas de prensa, basadas en dichos informes,
pero ya cargadas de intencionalidad política. Y en cuarto lugar, los medios de comunicación
se hacen eco literal
de las notas de prensa de los gabinetes, informaciones que se
constituyen entonces, automáticamente, en un presunto reflejo directo de
la realidad, de toda la realidad posible.
En octubre de 2009 una nota de prensa del Consejo General del Poder Judicial (2009) se iniciaba con el encabezado «Se rompe el mito de las supuestas denuncias falsas por violencia de género», y continuaba con el subtítulo «Sólo 1 de las 530 resoluciones estudiadas podría encuadrarse como denuncia falsa». La nota de prensa estaba dando ideas para los titulares a la prensa, como de hecho ocurrió. Esta nota se basaba en un estudio del llamado «Grupo de Expertos y Expertas en Violencia Doméstica y de Género del CGPJ».
Su aparición parecía responder tanto a la creciente respuesta social
contra la Ley de Violencia de Género, como a la reunión, prevista para
noviembre, de la subcomisión de Violencia de Género del Congreso para
analizar precisamente los resultados de la aplicación de dicha Ley. Y,
de fondo, seguramente al intento del gobierno de llevar la bandera de la
violencia de género a su presidencia de la Unión Europea, ante la casi
total falta de argumentos frente a Europa. La nota de prensa cumplía su
objetivo mediático. Pero del análisis, aunque sea superficial, del
informe que la sustenta, se deduce la falta del mínimo rigor en las «conclusiones» del encabezado.
El 95.48% de los casos analizados en el informe eran apelaciones a las
Audiencias Provinciales, es decir, casos ya juzgados y condenados en
otras instancias, y que además apelaban; casos que suponen menos del 10%
del total de denuncias por la Ley de Violencia de Género. Se habían
buscado las denuncias falsas no entre las denuncias, sino entre los
casos ya cribados por la justicia y condenados, omitiendo, además, las
llamadas «sentencias de conformidad». Por otra parte, en 148 de los
casos analizados se valora la declaración de la víctima como prueba de cargo para establecer la
condena, y en otros 42 casos el testimonio fue la única prueba. Por lo que, en puridad, en todos esos casos resulta imposible saber cuáles son denuncias falsas o no. Por más que, al amparo de una Ley y una doctrina injustas, haya recaído una condena. En
resumen, la única denuncia falsa detectada en el informe fue la de una
mujer que, ante la condena a su pareja, declaró por escrito y en el
propio recurso de apelación a la Audiencia, que había mentido. Y la
única conclusión objetiva de este informe, respecto a las denuncias
falsas, es que resulta imposible, con esta Ley y con la ruptura de la
presunción de inocencia, detectarlas. A no ser que la mujer denunciante
lo declare expresamente y por escrito. Y a veces ni siquiera de ese
modo. Lo
triste del asunto es que se incoaran actuaciones contra una mujer que,
ante la constatación del despropósito en que se había visto envuelta,
tuviera el coraje de rectificar ante la justicia.
Pero es el neoconcepto de «alarma social» el paradigma de la manipulación informativa. Porque no es que sesgue los datos, es que se genera a partir de datos aislados, constituyendo una de las grandes las perversiones de nuestro sistema mediático, que se apoya en el miedo social, emoción básica que facilita enormemente la manipulación.
Se ha llegado a justificar casi cualquier actuación alegando que
existía «alarma social». Pero la gente se alarma a través de la
información que se le aporta a través de los medios de comunicación.
La «alarma social» se genera, por lo tanto, y porque no puede ser de
otro modo, a través de los propios medios, por lo que la denominaremos «alarma mediática». Sustentada en graves simplificaciones de la realidad, cuando no en casos aislados, la «alarma» campa a sus anchas causando estragos en la
conformación racional de una sociedad más justa.
Así,
concluimos que la mayor parte de los datos existentes respecto a las
cuestiones «de género» pueden estar desvirtuados. La existencia de
numerosos fondos públicos y organismos dedicados a estas cuestiones
contrasta con la precariedad de los datos ofrecidos a la opinión
pública, a la hora de describir una realidad tan diversa como compleja. El sesgo de los datos es una forma de desinformación, que precede a toda forma de manipulación.
Ante
la que la opinión pública se encuentra inerme. Resultaría imprescindible
una regulación legal del máximo rigor acerca de la veracidad de la
imagen de la realidad, basada en los datos, que se emite a la
ciudadanía, que debería afectar tanto a políticos como a periodistas. Porque sólo siendo fieles a los datos, sin interpretaciones interesadas, puede existir eso que llamamos democracia,
y los ciudadanos podrán hacer valer sus puntos de vista en las urnas.
Afortunadamente, y con la experiencia democrática que acumula la
población española, ésta al menos recela de las versiones oficiales,
sobre todo cuando el pulso de la calle viene a desmentir radicalmente
los relatos que machaconamente tratan de imponernos desde las esferas
del poder político.
(Diego de los Santos, Las mujeres que no amaban a los hombres. El régimen feminista en España, 2ª ed. Sevilla, 2010, pp. 81-83 y 85-86.)
NOTA: Quienes
vivimos en Andalucía podemos tener una constatación inmediata de lo que
significa la ocultación de parte de los datos con sólo ver las mismas
noticias que ofrece la televisión autonómica a través de Canal Sur
Noticias, a las 14’30, y luego la nacional en TV1, a las 15 h. Hago
notar, para quien lo ignore, que ambas dependen de gobiernos del mismo
signo político.
Saludos
Genaro Chic García
http://www.genarochic.tk
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¿Y qué es peor que una crítica? - La crítica constructiva. La gente nunca te lo perdonará (Eliyahu M. Goldratt, La meta, Madrid, 1993, p. 251)